A principios de junio saltaba la noticia en algunos medios franceses. El grupo Provalliance, líder europeo con más de 2.500 salones (500 propios) en 30 países del Globo, 20.000 trabajadores, 25 millones de clientes y un volumen de negocio que alcanza los 950 millones de euros, anunciaba la adquisición de Haircof. Esta última, creada en el año 1973 por José Romero, cuenta en la actualidad con 700 trabajadores y 94 salones bajo las marcas Haircof e Icéane. La cadena dispone de 92 sucursales (80 en Francia y 12 en Polonia) y dos más en franquicia, situadas en centros comerciales. La operación refuerza el liderazgo de Provalliance que aúna las marcas Franck Provost, peluquería de celebrities; Jean Louis David, para un público más joven y urbano; Saint Algue; Fabio Salsa; Maniatis Paris; Niwel, Intermède; Coiff&Co; La Suite Bleue; Interview y las boutiques de esmaltes para uñas Colorii.
Ante semejante baile de cifras, que ya empieza a marear, nos preguntamos dónde queda la peluquería de autor. Es cierto que cada vez se reconoce más el talento y la creatividad de las jóvenes promesas. Las creaciones insólitas de aquellos peluqueros que imprimen un savoir faire propio a su salón. Aquellos estilistas que sorprenden y acaparan los focos con nuevas tendencias en corte y color. Sin embargo, ¿este reconocimiento se queda únicamente en la pasarela? ¿O por el contrario, llega al cliente que llena la caja registradora del salón? ¿Nos limitamos a visitar aquella peluquería cuya marca nos es conocida? Son preguntas que abren un nuevo debate y que seguro tienen un montón de puntos de vista a analizar.
Una cosa está clara, la peluquería es imagen pero también negocio, inspiración y rentabilidad. Variables a tener en cuenta y no siempre medibles en términos económicos. ¿Qué valoran nuestros clientes cuando acuden a la peluquería de confianza?
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